La presencia etrusca ha caracterizado la historia y la conformación de Orvieto desde la antigüedad, a partir del siglo VI a.C., y durante mucho tiempo, dejando huellas muy importantes aún visibles tanto en la superficie como en el rico subsuelo. Como ocurre a menudo, no sólo las ciudades de los vivos, sino también las de los muertos, se convierten para los arqueólogos y los visitantes modernos en una fuente de interés y atracción. En Orvieto se han conservado admirablemente dos grandes espacios dedicados al entierro de los difuntos de época etrusca, situados respectivamente al norte y al sur del gran acantilado de toba: la Necrópolis del Crucifijo de Toba y la Necrópolis de Cannicella, que ahora pueden ser visitadas, con el acompañamiento de un guía. El primero toma su nombre de un crucifijo tallado en la pared de toba de una pequeña iglesia cristiana construida en la zona en la época medieval, mientras que el segundo recibe su nombre por la presencia de numerosas cañas que rodean la zona. En ambas las Necrópolis etruscas de Orvieto es posible reconocer las salas funerarias de forma rectangular, perfectamente insertadas en el sistema urbanístico habitual. En las Necrópolis etruscas de Orvieto muchas de las tumbas aún conservan el nombre de las familias que fueron enterradas allí, mientras que los numerosos hallazgos y objetos de los ajuares funerarios encontrados se conservan en los museos de la ciudad.
En la Necrópolis de Cannicella había también un Santuario, dedicado a la diosa Vei (la Démeter etrusca), que lleva el nombre de una inscripción encontrada en la zona, y que también fue testigo el descubrimiento de uno de los hallazgos más interesantes de toda la colección de la ciudad: la Venus de Cannicella, una figura femenina de la isla griega de Paro que actualmente se conserva en el Museo Faina de Orvieto.